Continuando con la serie dedicada a las firmas que aparecen durante las intervenciones en retablos, traemos en esta ocasión una tipología bastante frecuente y no exenta de cierto humor. Se trata de los testimonios que a lo largo de los años han ido dejando inscritos aquellos personajes que han tenido relación directa con la obra en cuestión.
Ya no estamos hablando del autor o el dorador-policromador que han dejado su impronta como afirmación de su autoría, sino de los monaquillos, sacristanes, carpinteros, albañiles... que en algún momento de la historia material del retablo han tenido la oportunidad de acceder a ese espacio restringido y no exento de cierto misterio o dificultad, en muchos casos, como son las traseras de los mismos.
Por poner algunos ejemplos ilustrativos, es usual encontrar la huella de los pintores o albañiles, que en algún momento han reparado cualquier elemento de la iglesia.
Incluso hemos comprobado como el triforio y las galerías de acceso a las cubiertas de la Catedral de Sevilla se encuentran plagadas de inscripciones de este tipo y de muy diversas fechas.
Otra bastante usual -hemos encontrado algún que otro testimonio- es la declaración de amor con el típico corazón enmarcando el nombre de la pareja o indicando la fecha de boda.
Sin embargo, los más graciosos e interesantes, a nuestro entender, son los testimonios de los monaguillos que estuvieron al servicio del templo. Las fotografías que mostramos son de la Parroquia de San Sebastián de Marchena, la cual hemos visitado hace unos meses para realizar un informe técnico, aunque no son los únicos que hemos localizado.
El retablo, como la mayoría de los ejecutados en el s.XVIII, posee un manifestador en el centro del cuerpo principal. Para los menos informados decir que en dicho manifestador se exponía el Santísmo Sacramento para lo cual había que acceder hasta él, a través de una angosta escalera de caracol situada en la parte trasera.
Lógicamente, este ha sido un lugar reservado para sacerdotes, diáconos y monaguillos que, a buen seguro, utilizarían este recóndito lugar de la iglesia, para esconderse y entretenerse en juegos propios de su edad (Igual testimonio tenemos de los que fueron monaguillos en otros templos dotados de acceso trasero al manifestador del retablo mayor). Es de suponer que aprovecharían la encomienda de encender/apagar las velas o descorrer la cortinilla que ocultaba al Santísimo para cometer estas "fechorías".
En este recóndito espacio dejaron sus firmas, orgullosos de pertecer a dicha orden menor, perpetuando así su memoria que ha llegado hasta nosotros.
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