Aunque pueda sonar a tema recurrente,
las vacaciones de verano y los viajes que por estas fechas se
realizan nos llevan irremediablemente a la reflexión de si nuestro
patrimonio monumental está debidamente explotado. Entienda el lector
el término “explotado”: Explotado como generador de recursos de
toda índole, y no sólo como motor económico de tiendas de
souvenirs, restaurantes de comida rápida o deterioro por el aumento
indiscriminado de visitas. Explotado para su mantenimiento, para
generar puestos de trabajo, para –porqué no- generar solidaridad y compartir con terceras personas.
Hace ya unos años, en un debate
generado en un aula en el que estaba presente, se planteaba
–incomprensiblemente por algunos- como los restos arqueológicos
aparecidos fortuitamente en una obra civil (pongamos por caso el de
un casco urbano histórica y patrimonialmente rico como Sevilla o
Córdoba) eran inmediatamente destruidos por los promotores de la
obra por miedo a los costes que acarrea este tipo de “apariciones
arqueológicas no previstas”. La conclusión era que, más que un “tesoro”,
lo que aparecen en este tipo de
excavaciones son –entiéndase la
expresión- “marrones”, o sea, problemas. Es decir, que más que
ganar con la obtención de un tesoro, perdemos. Incongruente ¿verdad?
Esta pequeña anécdota con la que
hemos comenzado nuestra entrada de hoy nos puede ayudar a reflexionar
acerca de lo que supone para muchas instituciones, particulares o la
propia administración el ser propietarios de un bien cultural. En
muchísimos casos, más que ser herederos de un tesoro, son
propietarios de un "marrón". De un problema que en muchos casos no
saben como atajar. En otros, afortunadamente, la creatividad y la
iniciativa les han ganado la batalla a los costes de
mantenimiento infinitos. Como ejemplo, ahí tenemos los casos de las haciendas,
castillos o cortijos destinados para la celebración de bodas y
eventos, o los palacios y templos abiertos a la visita turística o
cultural. Sin embargo, existe todavía mucho recelo por parte de
muchos a utilizar este recurso de la visita turística para sostener el
patrimonio cultural que hemos heredado. Sobrevuela en no pocos casos
el miedo a ser tachados de mercantilistas por generar unos recursos
(directos e indirectos, porque el bar de la esquina también se vería
beneficiado) que a algunos les resultan todavía casi ilícitos, o al menos, poco ortodoxos.
Por suerte o por desgracia, nuestra
región Andalucía, ha hecho del turismo su primera industria ante la
escasez de otras que históricamente se asentaron en otros
territorios. Es uno de los pocos sectores que está ya recuperándose de la "crisis". Si bien no es menos cierto que hay que poseer recursos
para poder ofertarlos y en nuestra tierra los hay. ¿Qué hay de malo
en convertir un edificio deficitario en un motor económico?¿Devalúa
en algo al espíritu de la celebración la asistencia como
espectadores extranjeros a la Feria de Abril, a la Semana Santa o
las Fallas? La reflexión incluso llega más lejos:
Hay ciudades donde, ante la falta de recursos generadores de
visitantes se los han inventado: La Ciudad de las Artes y las
Ciencias de Valencia, por ejemplo. ¿No es más delito, teniendo el
ingente patrimonio cultural atesorado en nuestra tierra no
aprovecharlo? ¿O es que estos talentos no son aprovechables?
A buen seguro habrá experimentado la
sensación al viajar de que lo que nos venden como un lugar de visita
inexcusable lo tenemos en nuestra ciudad sin
darle importancia alguna
y, en muchos casos, en mayor cantidad y calidad. Y entonces, inevitablemente, llega la
reflexión... Ya es hora de que empecemos a darnos
cuenta de que estamos rodeados de tesoros explotables y no de
“marrones”.
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