En la sevillana localidad de Villamanrique de la Condesa, conocida por si intrincada devoción rociera (a la sazón es la primera hermandad filial de cuantas peregrinan a la aldea almonteña), existió un convento denominado de Santa María de Gracia, de la orden de San Francisco. Fue fundado por Dña. Blanca Enríquez en el año 1608. Constaba el templo de una sola nave que fue diseñada por el arquitecto Juan de Oviedo. Su sucesora, Dña. Beatriz de Zúñiga encargó a Juan de Oviedo, “el Mozo” la construcción de tres retablos (mayor y laterales).
Primeramente, la escultura y
policromía de estos retablos iba a ser ejecutada por Juan Martínez Montañés,
según contrato realizado el 20 de Agosto de 1616. Sin embargo, se anula dicho
contrato firmando uno nuevo con Juan de Oviedo, con el plazo de un año para su
ejecución, debiendo labrarlos en madera de borne y cedro, “con oro limpio fino”
en la arquitectura, oro fino en la escultura. Tampoco lo lleva a cabo este
escultor, sino que lo realiza definitivamente Diego López Bueno en el período
entre 1616 a 1619 en el que se otorga el finiquito. En la fotografía que
adjuntamos (del laboratorio de Arte de la Universidad de Sevilla) se observa la
disposición original de dichos retablos en la iglesia conventual.
A propuesta del Sr. D. José
Hernández Díaz, que realizó una visita al convento franciscano en Septiembre de
1959, se trasladaron los retablos y el resto de obras de arte a la parroquia de
la localidad en Octubre del mismo año, ante el riesgo de desplome de la fábrica
de la Iglesia y el continuo deterioro de las obras que en él se albergaban dado
su lamentable estado de conservación.
En el ático de los retablos
laterales -que tuvimos la ocasión de intervenir parcialmente en 2007- existen
dos interesantes lienzos que, según la documentación existente, debieran de
haber salido de la mano de Francisco Pacheco. Sin embargo, la calidad
artística de las obras supera en mucho a la mayoría de los lienzos ejecutados
por Pacheco dándonos que pensar sobre quién es el verdadero autor de estas
pinturas.
Quizás el abandono del convento
primero y su difícil visualización después (por estar en un ático de retablo)
no ha permitido ser advertida convenientemente.
Los lienzos representan a Santo
Domingo y San Francisco y la expresividad de sus rostros va más allá de la
rigurosa pincelada del autor del "Arte de la Pintura". Los
fondos, apenas esbozados con una pincelada suelta y decidida, recortan la
silueta de los santos dejando entrever la preparación rojiza. Quizás las manos
estén algo menos elaboradas con respecto a los rostros, sin que por ello, pierdan
interés alguno.
Muy interesante es la elaboración del crucifijo del santo de Asís que, a pesar de ser secundario en la composición del cuadro, se elabora con un claroscuro eficaz para determinar las formas que lo componen.
Los retablos ya habían
sido intervenidos en otras ocasiones, especialmente el de San José, que
presenta un redorado que nada tiene que ver con el de la Inmaculada,
restaurado íntegramente a excepción de la imagen de la Virgen, también
intervenida con anterioridad, no muy afortunadamente.
Sin embargo, estos dos
lienzos, apenas habían sido tocados, por lo que el estado de
conservación de la pintura es escepcional una vez de procedió a su
limpieza, reentelado y reintegración cromática.
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