Hoy es la fecha señalada para el juicio
sobre la agresión sufrida por la imagen de Jesús del Gran Poder -"el
Señor"- el día 20 de Junio del año 2010. Hoy se hará en la sala un
esfuerzo por recomponer los hechos, ya en la lejanía de la memoria, por
el incomprensible, para el ciudadano, ritmo de la justicia.
Sin
embargo, para los que presenciamos aquella veraniega tarde de domingo
el indescriptible acto, la entrada en la basílica, desde entonces, se
convierte en una rememoración de los hechos, hasta tal punto, que se
repite una y otra vez esa imagen que sucedió -parecía imposible- cuando
abandonábamos por el atrio, la basílica tras la misa de ocho.
Todavía se disputan el mayor de los
asombros mi faceta de cofrade y de profesional del patrimonio. Y ambas
me hacen reflexionar: Desde el punto de vista patrimonial al religioso;
pinceladas políticas o agresiones anticlericales; ofensa al "sevillano
modo" o una simple locura, lo cierto es que no estamos exentos de vivir
en cualquier momento, día u hora, un giro inesperado en nuestro
imprevisible andar por este mundo. Y a lo que las cofradías respecta, el
cuidado de las imágenes titulares y todo el patrimonio atesorado
durante siglos, debe de ser una constante los 365 días del año, para no
tener que lamentar sucesos como éste, el robo de las Siete Palabras o
incendios que cada varios lustros se dan para desgracia de hermanos y
devotos.
Casualidad o no, estuve allí. Y presencié el desvelo y buen hacer de los hermanos del Gran Poder -que es a lo que nos tienen acostumbrados Enrique Esquivias y su gente- . Y de los que nos arremolinábamos alrededor de las escaleras del camarín donde ya no cabía un alfiler. Y del padre Valdecantos -rector de nuestro Portaceli allá por los noventa, donde también estudiaba quien tuvo la valentía y la fe ciega de sujetar al agresor- orando micrófono en mano ante el apesadumbrado llanto de las mujeres de San Lorenzo...
Nuestra Sevilla revestirá con su halo de leyenda y nostalgia este hecho. E incluso habrá quien termine asegurando que lo vió todo o describiendo paso a paso lo acontecido, con todo lujo de detalles. Pero lo que seguro no sentirá es el estremecimiento al entrar en la basílica y recordar nítidamente -no hay una vez que no nos suceda a mi mujer y a mí- la escena "imposible", en ese "rompimiento de gloria" que es la embocadura del camarín, de un hombre "zarandeando" al Gran Poder.
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